A la hora de pensar en posibles soluciones a los dilemas económicos, sociales y ambientales que enfrenta la humanidad a inicios del nuevo milenio, resulta necesario, ante todo, romper con la fórmula convencional de relacionar las variables crecimiento económico, equidad y calidad ambiental.
Según esta fórmula convencional, impregnada en las versiones más extremas del pensamiento neoliberal, si bien no existe incompatibilidad entre las tres variables antes mencionadas, primero es necesario crecer para luego progresar, de manera «automática», en términos de equidad y calidad ambiental.
Como fórmula alternativa, se requeriría el diseño de estrategias de desarrollo sostenible que reconozcan la necesaria integración entre los problemas económicos, sociales y ambientales, como dimensiones que se complementan y se refuerzan entre sí. Desde una perspectiva de largo plazo y con un enfoque integral, el crecimiento económico resulta incompatible con los rezagos en términos de equidad y calidad ambiental.
Favorecer la inversión en investigación, robusteciendo nuestras ventajas competitivas, tan necesarias para sostener un crecimiento sólido. Hoy, una cantidad desproporcionada de nuestro presupuesto de investigación se gasta en objetivos militares; los fondos para la ciencia básica, o incluso para el progreso de la tecnología aplicada –que podrían mejorar los niveles de vida y ayudarnos a proteger el medio ambiente, son escasos (Stiglitz 2001).
La conclusión, obviamente, no puede ser que se debe mantener a la mayoría de la población mundial con un bajo consumo, para que la parte rica pueda seguir consumiendo a tope. La conclusión es que todos, ricos y pobres por igual, deben plantearse nuevos patrones de consumo que sean compatibles con la conservación del aire, de las aguas, de los combustibles, de las materias primas, de los bosques, etc. Esto es ahora pura utopía, pero es seguro que llegará un tiempo en que la humanidad, cuando sea evidente que está ante una catástrofe ecológica, tendrá que plantearse en serio la cuestión de los patrones de consumo y de lo todo lo que esto implica para la producción de bienes y servicios y la organización de la economía.
En el contexto actual, el avance de los países denominados del “Tercer Mundo” en materia de desarrollo sostenible requiere, ante todo, de un clima comercial y monetario financiero internacional que sea equilibrado y no discriminatorio.
Todas las instituciones humanas son imperfectas y el reto que se plantea a cada una de ellas es aprender de los éxitos y los fracasos.
En el caso ideal, el gravamen o la reglamentación del comercio tanto interno como internacional del producto, sin discriminación, generalmente será una forma más eficiente o eficaz de protegerlo. Sin embargo, es frecuente que los países en desarrollo carezcan de la capacidad institucional necesaria para poner en práctica esas políticas de protección del medio ambiente, más idónea y no discriminatoria. En algunos casos, pues, la no apertura del sector al presente puede ser la única política realista preferible sin ser la óptima, mientras se configura la capacidad institucional y normativa para proteger mejor el medio ambiente.
Los países no se convierten en paraísos de la contaminación permanentes porque, a la par con el aumento de los ingresos, crece la demanda de calidad ambiental y de mejor capacidad institucional para administrar la reglamentación ambiental.
En fin, no debemos dejarnos arrastrar por los discursos ambientalistas, sin realizar una evaluación crítica y exhaustiva de las implicaciones que tenga la globalización sobre el medio ambiente para los países de la región latinoamericana.
*ensayo preparado para la maestría de administración de la Universidad de la Salle